Los porteños y porteñas -los oriundos de Buenos Aires Capital Federal- solemos ser animales urbanos, que nos movemos por el mundo llevando a cuestas nuestra procedencia, no sólo en el acento o en la forma de movernos, sino también en nuestra forma de mirar. Ya no sólo cuando se trata de un país extranjero, también cuando se trata de un hábitat diferente.

Si emigramos de una ciudad a una zona rural, por ejemplo, lo más probable es que primero lo experimentemos como seres metropolitanos: alienados, acelerados, anónimos, auto insertados, o incluso metidos con calzador en un medio que nunca fue el nuestro. Y en segundo lugar, más concretamente, como porteños: psicoanalizados, escépticos, etnocentristas, insoportables y seductores al mismo tiempo.

Este espacio se propone ser un instrumento catártico, donde volcar las vivencias y percepciones de una mujer de ciudad, cuyas circunstancias la arrojaron -casi como en una experiencia de laboratorio- a un entorno rural aislado, deshabitado y árido.

Una porteña en la Castilla rural, algo así como una cebra tomando clases de piano, o como un ciego dirigiendo el tráfico, o lo que es mejor aún, como una bailarina clásica danzando sobre un campo de minas.

El pŕoxim@ puedes ser tú, si es que ya no te encuentras viviendo una experiencia por el estilo, la caja del destino se agita todos los días: mañana puedes convertirte en un pŕofug@ de la justicia y necesitar ocultarte en un sitio como éste, o una amenaza nuclear puede acechar a las ciudades; algún país fundamentalista de oriente u occidente puede bombardear la urbe donde vives; puedes ser captad@ por alguna comunidad espiritual que practique el aislamiento y se asiente en el medio rural. O simplemente levantarte un día con un brote de locura -o lucidez, todo depende del cristal con el que se lo mire- y decidir que ya no soportas más la ciudad.

Más allá de lo que te ocurra en el futuro, espero te diviertas con la lectura de estos textos.

Un abrazo,

                                                         Eva

 

 

 

 

La ficción como motor de repoblación rural

 

Si sirvió para justificar auténticas masacres como una segunda guerra mundial, o para convencernos de que Charles Chaplin, aquel obrero alienado de Tiempos Modernos, en el fondo era feliz, entonces la ficción puede resultar útil o incluso imprescindible como base cultural de cualquier proceso social. Y también, por qué no, aplicada a un proceso de repoblación de zonas rurales.

 

  Cada período histórico cuenta con una producción narrativa encargada de legitimarlo, por eso las potencias hegemónicas siempre contaron con diferentes soportes culturales funcionales a sus intereses. Nadie puede imponer un modelo de sociedad desigualitaria -como la de la mayor parte del mundo- si no cuenta con una infraestructura argumentativa que sepa penetrar directamente en el imaginario social. Quizás Hollywood sea el mejor ejemplo contemporáneo, gestado en el corazón de la mayor potencia mundial de los últimos ochenta años, y encargado de promover, exportar y sostener durante décadas el controvertido sueño americano ¿Quién iba a tolerar jornadas interminables dentro de una fábrica de la época de la Depresión, en el EEUU de los años treinta, si a la vuelta de la esquina no le estaba esperando la esperanza de alguna posibilidad de ascenso social? La idea del hombre que se hace a sí mismo, la posibilidad de atosuperación y prosperidad económica, exportada también a otras regiones de Occidente, solo pudieron expandirse y sostenerse a partir de un megarelato. Un relato capaz de transmitirse más allá de la literatura, la música o la tradición oral, con la industria del cine como piedra angular del proceso, y financiado por el poder económico, ya no solo como una inversión a efectos de rentabilidad, sino como una inversión ideológica a mediano y largo plazo. La factoría Disney también ha sido objeto de estudio por parte de más de una investigación acerca de su capacidad de incidencia en la formación de una sociedad, influyendo en el pensamiento de los niños desde su más tierna infancia. Mientras tanto, desde la Rusia comunista se dio vida, en 1965, como una propuesta alternativa, al Mikey Mouse soviético, Cheburashka. Más de una generación de niños decidieron amarlo e incorporarlo a sus vidas, y solo comenzó a perder popularidad con la caída de la Unión Soviética, junto al resto de sus adoctrinadoras figuras emblemáticas.

 

  La repoblación rural debería encontrar su propio paradigma narrativo, si acaso en un soporte de series y mini series, no porque el cine ya no pueda ejercer influencias en nuestro imaginario colectivo, sino porque la serie es, por antonomasia, la expresión narrativa del siglo XXI. El formato que tiende a desplazar, en términos masivos, el lugar que supo ocupar y continúa ocupando la producción cinemátográfica.

 

  Cuando los poderes hegemónicos se ven en la tesitura de tener que instalar una idea, estilo de vida, forma de gobierno, distribución de la riqueza, organización social, o cualquier tipo de modificación y/o reproducción dentro de un determinado orden social, siempre recurren a la ficción y sus realizadores para impulsarlo. Si el reto demográfico y la repoblación rural han pasado, en los últimos años, de ser problemáticas marginales a convertirse en temas de estado, entonces quizás sea el momento de atacar con un buen relato ¿Cómo? Podríamos inspirarnos en infinidad de ejemplos, pero nos centraremos en un par de ellos.

 

  Durante los años noventa en Reino Unido, las universidades de Medicina no alcanzaban a reclutar la suficiente cantidad de matriculados, al parecer a pocos les interesaba lo de ser médico y mucho menos cargarse con semejante carrerón. Hasta que comenzaron a introducir en la televisión abierta británica, dentro de los horarios centrales, series como Urgencias o como Chicago Hope. En poco tiempo invirtieron esta realidad y las universidades de medicina sufrieron algo parecido a un overbooking, porque emergieron candidatos dispuestos a ser un doctor Jonh Carter o un doctor Doug Ross (el personaje que interpretaba Clooney en Urgencias). Es posible que George Clooney haya despertado más vocaciones que un Santiago Ramón y Cajal, y no deja de ser válido. A día de hoy, los consejeros de Sanidad en España aseguran que un porcentaje nada despreciable de matriculados en Medicina lo hicieron más motivados por House que otra cosa.

 

  Con fines bastante más sórdidos, las series americanas han servido para legitimar sucesos como la Ley Antiterrorista, promulgada a principios del milenio por el entonces gobierno de G. Bush, con productos como la serie 24 Horas, o prácticamente la totalidad de las de género policial. Series que comenzaron a incluir en sus contenidos episodios relacionados con ataques terroristas, con un claro mensaje islamofóbico y un gran equipo de policías, detectives, sargentos y agentes federales encargados de apresar, torturar y asesinar al árabe de turno, siempre en funcion de “la seguridad nacional”. La Ley Antiterrorista, que nadie derogó desde entonces, echó por la alcantarilla la maravillosa tradición americana en materia de Derechos Civiles, todo un referente dentro de su historia como nación emergente; las producciones audiovisuales jugaron un rol importante en ese sentido, pero son más difíciles de juzgar o condenar: solo se limitan a hacer ficción.

 

 Si existiese la intención real, por parte de todos los actores involucrados en este proceso de repoblación, para que esto se produzca o comience a producirse, con toda seguridad ya tendríamos un producto cultural masificado, exportable, consolidado y hasta bueno, que nos convenciese de que vivir en el medio rural es la panacea. Tendríamos nuestra serie de cabecera emblemática, reconocida y emulada, desde la que se nos vendiese un estilo de vida deseable, con unos personajes carismáticos, capaces de despertar simpatía: bellos (porque los feos nunca han vendido demasiado), en lo posible jóvenes, brillantes y valientes. Todos podrían encarnar a la neorruralidad, una especie de sujeto social poco comprendido para el resto de la sociedad (porque son algo así para gran parte de nuestra sociedad como un grupo de trasnochados que un día se levantaron y dijeron: `me voy al campo porque no tengo otra cosa que hacer´), pero en la serie deberían presentarse como iluminados, no como víctimas, aunque tengan más de lo segundo que de lo primero. Nadie querría emigrar al campo si constatase de verdad el abandono estatal del que es objeto la escasa población que lo habita, pero para eso está la ficción, para convercernos de lo contrario. Para presentar a unos personajes lo suficientemente atractivos, admirables y al mismo tiempo al alcance de nuestra mano: Tú también puedes ser como ellos si decides emigrar al campo. No sabría cómo, pero no estaría demás agregarles algún que otro rasgo de heroicidad, mezclado con alguna contradicción moral, humana, porque ahora tampoco vale eso de idealizarlos demasiado, el público celebra y necesita que también guarden, los personajes de las series, matices de realidad.

 

  Se ha mentido impunemente desde la producción audiovisualsobre realidades más terribles, más escandalosas; entonces no estaría demás mentir acerca de la vida en el campo, sin hacer demasiado incapié, por no decir que sería mejor omitir, el problema de vivienda, precarización laboral llevada al extremo y creciente ausencia de servicios públicos. O si se narrase de todas formas, estaría bien presentarlo como algo que se soluciona rápidamente antes de que se termine el capítulo destinado a contarlo.

 

  Creo que nadie ha denunciado, de momento, el contenido falso de diferentes soportes narrativos: ningún médico de urgencias se ha quejado públicamente de que lo que se muestra en tal o cual serie no obedece a la realidad con la que le toca lidiar a diario. Ni tampoco se ha demandado, por parte de organismos de Derechos Humanos norteamericanos, los contenidos de las series policiales, parapoliciales o que desnudan el mundillo de la inteligencia de estado. Aunque desde estos formatos se legitime el uso de la tortura o de los asesinatos sin juicio previo.

 

  Así que solo nos queda aferrarnos a la impunidad de la ficción, a las licencias poéticas, a la legendaria representación de la realidad. Deformarla a la realidad en función de una finalidad noble, como la repoblación de las áreas escasamente pobladas del sur de Europa.

 

  Desde La casa de la pradera o Doctor en Alaska (por poner dos ejemplos de series ambientadas en el medio rural) algo hemos evolucionado, el público se ha vuelto más exigente y necesita de estereotipos menos naif, más adecuados a la vida real. Pero para eso ya están los autores de nuestra época, los narradores actuales que saben dónde apuntar los dardos para conmovernos con un enfoque más creíble, aunque sea una intencionada mentira ciclópea la que lo estructure todo. Podemos convertirnos en cómplices de ello, sin remordimiento: el fin justifica los medios, en este caso sí, la España vaciada sufre un estado de emergencia demográfica, y tenemos que hacer algo al respecto.

 

  La página del libro está abierta, a la espera de ser escrita por una o varias buenas plumas, solo resta encontrar un grupo de buenos realizadores que se atrevan a mentirnos bien.

 

 

 

 

 

 

Ninguna de ellas fue preparada para ser monja pero ya suman 207, son monjas contemplativas -a ellas no les gusta que se les llame de clausura-, de las que conviven en comunidad, aisladas en un enclave rural de Burgos.  No hacen voto de silencio porque hablan hasta por los codos, y en su gran mayoría son universitarias, muy jóvenes y con un futuro profesional prometedor; otra de las cosas que decidieron dejar en la puerta del convento.

 

Son las cuatro de la tarde de un sábado, estoy acompañada por un grupo de amigos neorrurales, ellos ya conocen el sitio y me indican dónde debo sentarme para observar la ceremonia de entrada de una nueva hermana. El anfiteatro donde nos colocamos cuenta con un escenario preparado para escuchar los testimonios de las monjas, casi todas jovencísimas y radiantes, a cara lavada y con un gesto distendido que las acompañará hasta el final de la jornada. La atención está puesta en Chus, la flamante novicia que ha decidido entregar su vida a Jesucristo, es su primer día, y todos celebran su entrada. Chus es una abogada recientemente licenciada en la Universidad de Navarra, no llega a los 30 y destila la candidez propia de la novia que está punto de casarse, sólo que en este caso lo hará con Dios y por ello será más difícil que aquéllo termine en decepción conyugal. Con un aire adolescente y una sonrisa imperturbable, responde las preguntas del público, sobre su repentina vocación y lo feliz que se siente al poder seguirla. El público está formado por familiares y amigos de Chus, por habituales que suelen acercarse a hablar con las monjas del Iesu Communio -como acordaron llamarse- y por gente, entre la que me encuentro, que se acerca movida por la curiosidad del fenómeno.

 

A la interacción de las hermanas con el público se lo denomina el espacio de locutorio, es el momento del contacto de las monjas contemplativas con el afuera, la gente suele desahogarse, micrófono en mano, y ellas se comprometen a orar por su paz, consuelo o salvación. Además dan testimonio de su propia vida, una de ellas, a la que intuyo rubia, cuenta cómo decidió dejar a su novio, su carrera y la ciudad dónde vivía de un día para el otro. Explica que no existe el prototipo de mujer destinada a ser monja, porque la irrupción del Señor en la vida de cualquiera se puede producir en cualquier momento y en cualquier lugar, asegura que en su caso nadie lo hubiese pensado: “Yo era una macarra que se movía en descapotable, íbamos con mi pareja de un lado al otro ignorando a los demás, con un estilo gamberro y haciendo mucho ruido, la gente nos insultaba y a veces con razón. Eso no me impedía llegar a la mañana a mi casa, después de una noche de marcha y ponerme a rezar”. Lo del descapotable no es un dato menor, muchas de las monjas provienen de familias acomodadas, algunas pertenecientes a sectores del catolicismo más radicalizado.

Otra se pone de pie y da cuenta del momento en que tuvo que decirle a su novio que le dejaría para convertirse en monja, dice que el chaval era un encanto y que la comprendió, que gracias a Dios se casó con otra y ahora es muy feliz, los padres de la testimoniante se encuentran entre el público y deciden dar fe de ello: “es cierto, él ahora es muy feliz al igual que nuestra hija siendo monja”. Aplausos. Una de las hermanas propone formar un sindicato de novios abandonados, es espigada y por lo visto bastante histriónica, emerge del mar de hábitos azules que cubre el escenario, y pide el micrófono para decirlo. Las carcajadas explotan al instante, se me ocurre que aquélla mujer espigada y dotada para la comunicación no debería bajarse nunca de ese escenario, porque pareciera ser su lugar en el mundo.

 

Un sacerdote que observa desde el público pide el micrófono, es ligeramente amanerado, y dice que la creación del sindicato le parece una buena idea, él también tuvo que dejar a su pareja para seguir su vocación, además de cerrar su consulta de Sexología: por lo visto, dijo, no he podido aplicar las técnicas terapéuticas a mi propia relación de pareja porque aquello no pudo competir con el llamado del Señor.

 

El gineceo de las veronicanas -inspiradas todas por el carisma de sor Verónica, la madre fundadora del Iesu Communio- tiene una organización interna horizontal: todas trabajan la huerta, todas trabajan en la cocina y aseo de las instalaciones, y todas producen los dulces que luego venden para financiar el mantenimiento de la casa. Me acerco a la ventana que hace las veces de tienda, me muestran el catálogo de dulces artesanales, es difícil decidirse, todos tienen una fabricación impecable, la que me los ofrece es una moja que me atrevería a decir que está en la madurez de los cuarenta. Se mueve con una elegancia natural y resulta ser una comercial competente, le pregunto qué estudió antes de hacerse monja, me contesta con humildad que antes era economista, me decido por unas almendras con chocolate. No puedo con mi genio y le pregunto si no echa de menos ejercer su profesión; detrás del hábito se trasluce el porte seguro de una ejecutiva de cuentas, podría haber brillado en una multinacional, o al frente de cualquier proyecto de economía social. Me responde segura, -porque no me quedan dudas de su naturaleza segura, decidida, o incluso mesiánica- que para ellas la plenitud no está en la profesión, sólo en la fe y en la oración.

 

Nos acercamos a otro grupo de hermanas, en este caso también carnales, porque son tres hermanas biológicas y a su vez espirituales que han decidido consagrar su vida a la oración, les proponemos sacarnos una foto con ellas, le pedimos a otra que nos haga el favor de sacarla con nuestro móvil. Pero la hermana Marta no sabe sacar fotos con el móvil, es muy joven pero lleva trece años allí y desde que ingresan no pueden utilizar móviles ni tener contacto con las nuevas tecnologías. No miran televisión ni leen los periódicos, sólo salen al exterior para votar o atenderse con especialistas médicos. Las cartas las escriben a mano, sobre papel, y dicen con ironía que son ellas las que sostienen a la empresa de Correos con sus correspondencias. Cuando ven cine es siempre de temática religiosa, y el altar nunca se queda solo, porque se van relevando las unas a las otras durante todo el día.

 

Además de neo rurales, plenas, sosegadas, agudas, abnegadas y profundas, son neo conservadoras, porque no aceptarían a una divorciada en su comunidad, por ejemplo, ya que eso supondría la ruptura de un sacramento, sin ir más lejos. Sin embargo ellas comprenden a las hermanas que después de algún tiempo, meses o incluso años, deciden salir del convento. Y así como abren sus brazos para las que ingresan, ayudan en la misma medida a las que salen, para que el reencuentro con el mundo les resulte lo menos violento posible. Elena, una de las hermanas profesora de música, otras de las tantas que pululan por el convento, al parecer es una profesión bastante extendida aunque no ejercida entre ellas -la plenitud no está en la profesión: a ver si te enteras guapa, me dije a mí misma- me confesó con su acento andaluz lo que yo sospeché desde un primer momento: son más las hermanas que entran que las que salen. Y la tendencia es al alza, porque cada día son más las que optan por esta vida, y ya está en proceso de construcción otro retiro en Valencia para albergar a otro grupo de hermanas destinadas a continuar con su cometido más allá de Castilla.

 

Ah, por cierto, los dulces exquisitos. Lo del fenómeno social y religioso digno de atención, como mínimo interesante. Allí están las veronicanas, y no creo que se vayan muy lejos, para quien quiera conocerlas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                           

 

 Prófugos aficionados

 Con su gato Mishi, que no participó de la clásica batalla doméstica, salió la niña de cinco años escopetada de la casa. Decidió marcharse con lo puesto y el gato amarillo colgando de sus brazos; casi tan asustado como su dueña, dejó que esta lo levantase con esfuerzo mientras iba arrastrando sus patas por el suelo hasta la calle.

 Nadie registró aquella repentina huida, porque la pareja continuaba discutiendo con énfasis. Ni el detalle de la puerta abierta, ni el eco de los pasos ligeros y asustados de su pequeña escapándose.

 El bocinazo solo los alertó sobre la ausencia del gato. El único que pudo regresar.

 

Nos vemos en el pasado

 Los padres de Tomas insistían en recuperar al estúpido de su hijo. Desde que había entrado en ese mundo, solo le tenían de cuerpo presente, estaba estupidizado, inmerso en ese universo de sensaciones inciertas.

 ‒Lo mejor será que nosotros también lo probemos‒ dijo la madre; y se la entregó envuelta al padre.

 ‒Sabes que esto debe ser una basura destructiva, no creo que tengamos que imitarle‒ replicó el padre consternado.

 Se decidieron finalmente a experimentarlo: desenvolvieron la llave y se metieron en la máquina del tiempo construida por su hijo adolescente. Habían quedado con él en el siglo pasado, al comienzo de su infancia. Antes de que todo se derrumbe.

 

El Búnker

 Esas alas de plástico servían para volar, pero el director del colegio nos las quitó de las manos, nos las confiscó junto a un par de aviones de papel que habíamos armado en secreto.

 Éramos cuatro niños inadaptados y peligrosos, siempre castigados y con las manos destruidas por la vara de los maestros. Teníamos un plan para recuperar nuestros vehículos secuestrados, por eso lo seguimos hasta su despacho. Llegamos tarde.

 Para entonces el director ya se había colocado las alas y, desplegando sus brazos a lo ancho, se arrojaba al vacío desde la ventana de su despacho. Una especie de búnker repleto de avioncitos de papel.

 

  El último día de vacaciones

El último día de vacaciones me miró a los ojos y me imploró que lo llevase conmigo. Era pequeño y tenía una expresión profunda. Era difícil calcularle la edad pero, como el resto, posiblemente no llegase al año. Se movían como cachorros abandonados a la orilla del mar, sin destino aparente.

Un hombre se me acercó y me dijo en un precario español que podía quedármelo, porque de alguna forma le pertenecía. Abrió su mano pidiéndome dinero, me preguntó si acaso prefería que se lo tragase el mar o que muriera de hambre, como los otros. Accedí indignado. Y he dejado de estar muerto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sábado 25 de marzo de 2017, a las 10:30h en Santo Tomé del Puerto, provincia de Segovia...

...Habíamos sido convocados -los habitantes de los pueblos de la zona, casi todos con una demografía simbólica como la de mi pueblo, compuesto de nueve personas- por un partido autonómico a una jornada sobre despoblación rural.

 

La sala del bar de Santo Tomé del Puerto, el pequeño pueblo donde tuvo lugar, fue preparada con esmero por quien se haya encargado de dicha tarea, con unas treinta sillas colocadas en posición de anfiteatro frente a un escenario compuesto por una mesa, cuatro ponentes sentados detrás, cada uno con su respectiva botella de agua mineral, y un único micrófono que supieron compartir sin conflicto aparente. El único problema fue la falta de auditorio, justo lo que nos convocaba a todos allí: la falta de público suficiente, de personas que hicieran uso de aquel espacio de debate y de intercambio, al principio fuimos veinte, luego del recreo de media mañana quedamos quince, y después de la comida creo que sólo éramos diez. Sin embargo podría considerarse todo un éxito teniendo en cuenta la realidad demográfica de las zonas rurales, y según la opinión de los expertos, la Unión Europea empieza a sensibilizarse con esta problemática de la España rural. Pero por lo visto no cuenta con las cúpulas de los partidos mayoritarios ni con los gobiernos hegemónicos para resolverlo, al parecer sólo cuenta con las iniciativas de la sociedad civil española, ¿por qué? Porque las cúpulas dirigentes no están interesadas en una transformación rural, ni en dejar de entregar subvenciones a los terratenientes que ni siquiera trabajan las tierras por las que son subvencionados con miles de euros al año. Porque la descentralización supone dotar de autonomía y medios a miles de pueblos que dependen de los gobiernos centrales hasta para acceder a los servicios más elementales. Porque la estructura administrativa y política continúa, a día de hoy, siendo un modelo neo feudal, de un caciquismo primitivo, donde hay que arrodillarse ante el diputado provincial de turno para rogar la obtención de un servicio mínimo de transporte, de educación o de atención primaria. Porque las viviendas en los pueblos están deshabitadas en un alto porcentaje, y cayéndose a pedazos, pero a ningún gobierno provincial le interesa tomar medidas fiscales para que sus propietarios o herederos se vean obligados a venderlas o alquilarlas, prefieren que terminen de hundirse, si total para qué, si sus dueños viven en las ciudades y nadie quiere repoblar el mundo rural; y resulta mucho más rentable -a las elites económicas- una ciudad colapsada de gente dispuesta a trabajar por una miseria la hora. Por todo esto, los expertos en la materia, como uno de los ponentes -un diminuto y lúcido hombrecillo que no paraba de moverse cuando hablaba y que dijo ser un lobbista social del euro parlamento- sugieren, y éste lobbista social en concreto, que la sociedad rural se auto organice a través de pequeños grupos de presión, puenteando a las administraciones públicas, y contactando directamente con los organismos europeos para elaborar estrategias de desarrollo rural destinadas a combatir la despoblación.

 

Los jefes políticos autonómicos de Castilla y León no están bien considerados por parte de los organismos internacionales -apuntaba otro ponente especializado en I+D+I, un chaval con gafas a lo John Lennon, rasgos castellanos y pinta de ecologista neoyorquino- ya que, según sostenía él, los mencionados dirigentes regionales, son más conocidos en los ámbitos de representación europea por su afición a las buenas cenas, juergas y prostitución de lujo, que por su presunto interés en la promoción de la Europa rural. A lo que otro de los presentes –un profesor universitario de Medio Ambiente- contestó que no había más que observar la respuesta recibida a cargo del vicepresidente de una Comunidad Autónoma, ante la interrogación de un grupo de alcaldes rurales sobre el problema de despoblación, vivienda e infraestructura: “Los pueblos tienen que acabarse” fue todo lo que obtuvieron por respuesta, a lo que este absorto interlocutor sólo atisbó a replicar “¿Entonces piensan fusilarnos al amanecer o de qué otra forman esperan acabar con los pueblos?”

 

Sólo se me ocurrió preguntar -a título personal y por curiosidad- por qué creían los presentes que los escasos pobladores de zonas rurales no habían sido capaces de empoderarse para luchar por sus derechos, por más atomizados y desorganizados que estuviesen. La respuesta vino de una psicóloga neorrural -que ya había intervenido en un par de ocasiones para denunciar la falta de atención a la diversidad en las zonas rurales, entiéndase por esto a las familias con necesidades especiales desde un síndrome de Asperger hasta un caso de demencia senil- ella hizo un análisis psicológico de un problema sociológico, pero creo que no se equivocó cuando dijo que tenía que ver con un problema de autoestima. Dijo que la población rural no se sentía orgullosa de sí misma, y eso repercutía en la falta de alianzas, entretejido social y mecanismos de comunicación interno y externo. La población rural suele sentirse menos que el resto, no sólo por el abandono por parte de las administraciones públicas, los medios de comunicación en España también contribuyen a degradarla, suelen presentarla como una sociedad menor, siempre inculta, asalvajada. La filmografía española con frecuencia hace una asociación entre la España rural y las historias más oscuras y deprimentes, suelen tener que ver con un franquismo en apogeo o incluso un retardofranquismo. La literatura y la narrativa de temática rural, tanto la clásica como la más contemporánea, oscilan entre lo bucólico y lo sórdido, y no tendría sentido citar autores porque los que no hayan rodado o escrito historias en este sentido sólo pasan por ser la excepción. Finalmente terminamos creyéndonos lo que nos cuentan que somos: si crecemos en un entorno que favorece nuestra autoestima lo más probable es que podamos construir una buena autoimagen, pero si nos ocurre lo contrario, lo más previsible es que sólo esperemos escaparnos del entorno que nos limita y reconoce como un espejo de los peores valores.