La ficción como motor de repoblación rural
Si sirvió para justificar auténticas masacres como una segunda guerra mundial, o para convencernos de que Charles Chaplin, aquel obrero alienado de Tiempos Modernos, en el fondo era feliz, entonces la ficción puede resultar útil o incluso imprescindible como base cultural de cualquier proceso social. Y también, por qué no, aplicada a un proceso de repoblación de zonas rurales.
Cada período histórico cuenta con una producción narrativa encargada de legitimarlo, por eso las potencias hegemónicas siempre contaron con diferentes soportes culturales funcionales a sus intereses. Nadie puede imponer un modelo de sociedad desigualitaria -como la de la mayor parte del mundo- si no cuenta con una infraestructura argumentativa que sepa penetrar directamente en el imaginario social. Quizás Hollywood sea el mejor ejemplo contemporáneo, gestado en el corazón de la mayor potencia mundial de los últimos ochenta años, y encargado de promover, exportar y sostener durante décadas el controvertido sueño americano ¿Quién iba a tolerar jornadas interminables dentro de una fábrica de la época de la Depresión, en el EEUU de los años treinta, si a la vuelta de la esquina no le estaba esperando la esperanza de alguna posibilidad de ascenso social? La idea del hombre que se hace a sí mismo, la posibilidad de atosuperación y prosperidad económica, exportada también a otras regiones de Occidente, solo pudieron expandirse y sostenerse a partir de un megarelato. Un relato capaz de transmitirse más allá de la literatura, la música o la tradición oral, con la industria del cine como piedra angular del proceso, y financiado por el poder económico, ya no solo como una inversión a efectos de rentabilidad, sino como una inversión ideológica a mediano y largo plazo. La factoría Disney también ha sido objeto de estudio por parte de más de una investigación acerca de su capacidad de incidencia en la formación de una sociedad, influyendo en el pensamiento de los niños desde su más tierna infancia. Mientras tanto, desde la Rusia comunista se dio vida, en 1965, como una propuesta alternativa, al Mikey Mouse soviético, Cheburashka. Más de una generación de niños decidieron amarlo e incorporarlo a sus vidas, y solo comenzó a perder popularidad con la caída de la Unión Soviética, junto al resto de sus adoctrinadoras figuras emblemáticas.
La repoblación rural debería encontrar su propio paradigma narrativo, si acaso en un soporte de series y mini series, no porque el cine ya no pueda ejercer influencias en nuestro imaginario colectivo, sino porque la serie es, por antonomasia, la expresión narrativa del siglo XXI. El formato que tiende a desplazar, en términos masivos, el lugar que supo ocupar y continúa ocupando la producción cinemátográfica.
Cuando los poderes hegemónicos se ven en la tesitura de tener que instalar una idea, estilo de vida, forma de gobierno, distribución de la riqueza, organización social, o cualquier tipo de modificación y/o reproducción dentro de un determinado orden social, siempre recurren a la ficción y sus realizadores para impulsarlo. Si el reto demográfico y la repoblación rural han pasado, en los últimos años, de ser problemáticas marginales a convertirse en temas de estado, entonces quizás sea el momento de atacar con un buen relato ¿Cómo? Podríamos inspirarnos en infinidad de ejemplos, pero nos centraremos en un par de ellos.
Durante los años noventa en Reino Unido, las universidades de Medicina no alcanzaban a reclutar la suficiente cantidad de matriculados, al parecer a pocos les interesaba lo de ser médico y mucho menos cargarse con semejante carrerón. Hasta que comenzaron a introducir en la televisión abierta británica, dentro de los horarios centrales, series como Urgencias o como Chicago Hope. En poco tiempo invirtieron esta realidad y las universidades de medicina sufrieron algo parecido a un overbooking, porque emergieron candidatos dispuestos a ser un doctor Jonh Carter o un doctor Doug Ross (el personaje que interpretaba Clooney en Urgencias). Es posible que George Clooney haya despertado más vocaciones que un Santiago Ramón y Cajal, y no deja de ser válido. A día de hoy, los consejeros de Sanidad en España aseguran que un porcentaje nada despreciable de matriculados en Medicina lo hicieron más motivados por House que otra cosa.
Con fines bastante más sórdidos, las series americanas han servido para legitimar sucesos como la Ley Antiterrorista, promulgada a principios del milenio por el entonces gobierno de G. Bush, con productos como la serie 24 Horas, o prácticamente la totalidad de las de género policial. Series que comenzaron a incluir en sus contenidos episodios relacionados con ataques terroristas, con un claro mensaje islamofóbico y un gran equipo de policías, detectives, sargentos y agentes federales encargados de apresar, torturar y asesinar al árabe de turno, siempre en funcion de “la seguridad nacional”. La Ley Antiterrorista, que nadie derogó desde entonces, echó por la alcantarilla la maravillosa tradición americana en materia de Derechos Civiles, todo un referente dentro de su historia como nación emergente; las producciones audiovisuales jugaron un rol importante en ese sentido, pero son más difíciles de juzgar o condenar: solo se limitan a hacer ficción.
Si existiese la intención real, por parte de todos los actores involucrados en este proceso de repoblación, para que esto se produzca o comience a producirse, con toda seguridad ya tendríamos un producto cultural masificado, exportable, consolidado y hasta bueno, que nos convenciese de que vivir en el medio rural es la panacea. Tendríamos nuestra serie de cabecera emblemática, reconocida y emulada, desde la que se nos vendiese un estilo de vida deseable, con unos personajes carismáticos, capaces de despertar simpatía: bellos (porque los feos nunca han vendido demasiado), en lo posible jóvenes, brillantes y valientes. Todos podrían encarnar a la neorruralidad, una especie de sujeto social poco comprendido para el resto de la sociedad (porque son algo así ‒para gran parte de nuestra sociedad‒ como un grupo de trasnochados que un día se levantaron y dijeron: `me voy al campo porque no tengo otra cosa que hacer´), pero en la serie deberían presentarse como iluminados, no como víctimas, aunque tengan más de lo segundo que de lo primero. Nadie querría emigrar al campo si constatase de verdad el abandono estatal del que es objeto la escasa población que lo habita, pero para eso está la ficción, para convercernos de lo contrario. Para presentar a unos personajes lo suficientemente atractivos, admirables y al mismo tiempo al alcance de nuestra mano: Tú también puedes ser como ellos si decides emigrar al campo. No sabría cómo, pero no estaría demás agregarles algún que otro rasgo de heroicidad, mezclado con alguna contradicción moral, humana, porque ahora tampoco vale eso de idealizarlos demasiado, el público celebra y necesita que también guarden, los personajes de las series, matices de realidad.
Se ha mentido impunemente ‒desde la producción audiovisual‒ sobre realidades más terribles, más escandalosas; entonces no estaría demás mentir acerca de la vida en el campo, sin hacer demasiado incapié, por no decir que sería mejor omitir, el problema de vivienda, precarización laboral llevada al extremo y creciente ausencia de servicios públicos. O si se narrase de todas formas, estaría bien presentarlo como algo que se soluciona rápidamente antes de que se termine el capítulo destinado a contarlo.
Creo que nadie ha denunciado, de momento, el contenido falso de diferentes soportes narrativos: ningún médico de urgencias se ha quejado públicamente de que lo que se muestra en tal o cual serie no obedece a la realidad con la que le toca lidiar a diario. Ni tampoco se ha demandado, por parte de organismos de Derechos Humanos norteamericanos, los contenidos de las series policiales, parapoliciales o que desnudan el mundillo de la inteligencia de estado. Aunque desde estos formatos se legitime el uso de la tortura o de los asesinatos sin juicio previo.
Así que solo nos queda aferrarnos a la impunidad de la ficción, a las licencias poéticas, a la legendaria representación de la realidad. Deformarla ‒a la realidad‒ en función de una finalidad noble, como la repoblación de las áreas escasamente pobladas del sur de Europa.
Desde La casa de la pradera o Doctor en Alaska (por poner dos ejemplos de series ambientadas en el medio rural) algo hemos evolucionado, el público se ha vuelto más exigente y necesita de estereotipos menos naif, más adecuados a la vida real. Pero para eso ya están los autores de nuestra época, los narradores actuales que saben dónde apuntar los dardos para conmovernos con un enfoque más creíble, aunque sea una intencionada mentira ciclópea la que lo estructure todo. Podemos convertirnos en cómplices de ello, sin remordimiento: el fin justifica los medios, en este caso sí, la España vaciada sufre un estado de emergencia demográfica, y tenemos que hacer algo al respecto.
La página del libro está abierta, a la espera de ser escrita por una o varias buenas plumas, solo resta encontrar un grupo de buenos realizadores que se atrevan a mentirnos bien.