Sábado 25 de marzo de 2017, a las 10:30h en Santo Tomé del Puerto, provincia de Segovia...
...Habíamos sido convocados -los habitantes de los pueblos de la zona, casi todos con una demografía simbólica como la de mi pueblo, compuesto de nueve personas- por un partido autonómico a una jornada sobre despoblación rural.
La sala del bar de Santo Tomé del Puerto, el pequeño pueblo donde tuvo lugar, fue preparada con esmero por quien se haya encargado de dicha tarea, con unas treinta sillas colocadas en posición de anfiteatro frente a un escenario compuesto por una mesa, cuatro ponentes sentados detrás, cada uno con su respectiva botella de agua mineral, y un único micrófono que supieron compartir sin conflicto aparente. El único problema fue la falta de auditorio, justo lo que nos convocaba a todos allí: la falta de público suficiente, de personas que hicieran uso de aquel espacio de debate y de intercambio, al principio fuimos veinte, luego del recreo de media mañana quedamos quince, y después de la comida creo que sólo éramos diez. Sin embargo podría considerarse todo un éxito teniendo en cuenta la realidad demográfica de las zonas rurales, y según la opinión de los expertos, la Unión Europea empieza a sensibilizarse con esta problemática de la España rural. Pero por lo visto no cuenta con las cúpulas de los partidos mayoritarios ni con los gobiernos hegemónicos para resolverlo, al parecer sólo cuenta con las iniciativas de la sociedad civil española, ¿por qué? Porque las cúpulas dirigentes no están interesadas en una transformación rural, ni en dejar de entregar subvenciones a los terratenientes que ni siquiera trabajan las tierras por las que son subvencionados con miles de euros al año. Porque la descentralización supone dotar de autonomía y medios a miles de pueblos que dependen de los gobiernos centrales hasta para acceder a los servicios más elementales. Porque la estructura administrativa y política continúa, a día de hoy, siendo un modelo neo feudal, de un caciquismo primitivo, donde hay que arrodillarse ante el diputado provincial de turno para rogar la obtención de un servicio mínimo de transporte, de educación o de atención primaria. Porque las viviendas en los pueblos están deshabitadas en un alto porcentaje, y cayéndose a pedazos, pero a ningún gobierno provincial le interesa tomar medidas fiscales para que sus propietarios o herederos se vean obligados a venderlas o alquilarlas, prefieren que terminen de hundirse, si total para qué, si sus dueños viven en las ciudades y nadie quiere repoblar el mundo rural; y resulta mucho más rentable -a las elites económicas- una ciudad colapsada de gente dispuesta a trabajar por una miseria la hora. Por todo esto, los expertos en la materia, como uno de los ponentes -un diminuto y lúcido hombrecillo que no paraba de moverse cuando hablaba y que dijo ser un lobbista social del euro parlamento- sugieren, y éste lobbista social en concreto, que la sociedad rural se auto organice a través de pequeños grupos de presión, puenteando a las administraciones públicas, y contactando directamente con los organismos europeos para elaborar estrategias de desarrollo rural destinadas a combatir la despoblación.
Los jefes políticos autonómicos de Castilla y León no están bien considerados por parte de los organismos internacionales -apuntaba otro ponente especializado en I+D+I, un chaval con gafas a lo John Lennon, rasgos castellanos y pinta de ecologista neoyorquino- ya que, según sostenía él, los mencionados dirigentes regionales, son más conocidos en los ámbitos de representación europea por su afición a las buenas cenas, juergas y prostitución de lujo, que por su presunto interés en la promoción de la Europa rural. A lo que otro de los presentes –un profesor universitario de Medio Ambiente- contestó que no había más que observar la respuesta recibida a cargo del vicepresidente de una Comunidad Autónoma, ante la interrogación de un grupo de alcaldes rurales sobre el problema de despoblación, vivienda e infraestructura: “Los pueblos tienen que acabarse” fue todo lo que obtuvieron por respuesta, a lo que este absorto interlocutor sólo atisbó a replicar “¿Entonces piensan fusilarnos al amanecer o de qué otra forman esperan acabar con los pueblos?”
Sólo se me ocurrió preguntar -a título personal y por curiosidad- por qué creían los presentes que los escasos pobladores de zonas rurales no habían sido capaces de empoderarse para luchar por sus derechos, por más atomizados y desorganizados que estuviesen. La respuesta vino de una psicóloga neorrural -que ya había intervenido en un par de ocasiones para denunciar la falta de atención a la diversidad en las zonas rurales, entiéndase por esto a las familias con necesidades especiales desde un síndrome de Asperger hasta un caso de demencia senil- ella hizo un análisis psicológico de un problema sociológico, pero creo que no se equivocó cuando dijo que tenía que ver con un problema de autoestima. Dijo que la población rural no se sentía orgullosa de sí misma, y eso repercutía en la falta de alianzas, entretejido social y mecanismos de comunicación interno y externo. La población rural suele sentirse menos que el resto, no sólo por el abandono por parte de las administraciones públicas, los medios de comunicación en España también contribuyen a degradarla, suelen presentarla como una sociedad menor, siempre inculta, asalvajada. La filmografía española con frecuencia hace una asociación entre la España rural y las historias más oscuras y deprimentes, suelen tener que ver con un franquismo en apogeo o incluso un retardofranquismo. La literatura y la narrativa de temática rural, tanto la clásica como la más contemporánea, oscilan entre lo bucólico y lo sórdido, y no tendría sentido citar autores porque los que no hayan rodado o escrito historias en este sentido sólo pasan por ser la excepción. Finalmente terminamos creyéndonos lo que nos cuentan que somos: si crecemos en un entorno que favorece nuestra autoestima lo más probable es que podamos construir una buena autoimagen, pero si nos ocurre lo contrario, lo más previsible es que sólo esperemos escaparnos del entorno que nos limita y reconoce como un espejo de los peores valores.