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Los porteños y porteñas -los oriundos de Buenos Aires Capital Federal- solemos ser animales urbanos, que nos movemos por el mundo llevando a cuestas nuestra procedencia, no sólo en el acento o en la forma de movernos, sino también en nuestra forma de mirar. Ya no sólo cuando se trata de un país extranjero, también cuando se trata de un hábitat diferente.

Si emigramos de una ciudad a una zona rural, por ejemplo, lo más probable es que primero lo experimentemos como seres metropolitanos: alienados, acelerados, anónimos, auto insertados, o incluso metidos con calzador en un medio que nunca fue el nuestro. Y en segundo lugar, más concretamente, como porteños: psicoanalizados, escépticos, etnocentristas, insoportables y seductores al mismo tiempo.

Este espacio se propone ser un instrumento catártico, donde volcar las vivencias y percepciones de una mujer de ciudad, cuyas circunstancias la arrojaron -casi como en una experiencia de laboratorio- a un entorno rural aislado, deshabitado y árido.

Una porteña en la Castilla rural, algo así como una cebra tomando clases de piano, o como un ciego dirigiendo el tráfico, o lo que es mejor aún, como una bailarina clásica danzando sobre un campo de minas.

El pŕoxim@ puedes ser tú, si es que ya no te encuentras viviendo una experiencia por el estilo, la caja del destino se agita todos los días: mañana puedes convertirte en un pŕofug@ de la justicia y necesitar ocultarte en un sitio como éste, o una amenaza nuclear puede acechar a las ciudades; algún país fundamentalista de oriente u occidente puede bombardear la urbe donde vives; puedes ser captad@ por alguna comunidad espiritual que practique el aislamiento y se asiente en el medio rural. O simplemente levantarte un día con un brote de locura -o lucidez, todo depende del cristal con el que se lo mire- y decidir que ya no soportas más la ciudad.

Más allá de lo que te ocurra en el futuro, espero te diviertas con la lectura de estos textos.

Un abrazo,

                                                         Eva